Raúl se encontraba en su casa,
disfrutando de un tranquilo día en su habitación. Sin previo aviso, la puerta
se abrió de par en par, dejando al descubierto la imponente figura del TG de
Gran Bruja. Con una sonrisa maliciosa en el rostro, la bruja apuntó su varita
hacia Raúl y pronunció un conjuro mágico.
En un abrir y cerrar de ojos, Raúl
sintió cómo su cuerpo se estremecía y se transformaba. Su cabello oscuro se
volvió rubio y sedoso, sus hombros se estrecharon, su pecho se llenó de
voluptuosidad y su piel adquirió una delicada blancura.
La nueva Raquel, ahora una hermosa y
vulnerable chica, quedó perpleja ante su nueva apariencia. Su mente se llenó de
confusión y excitación a partes iguales. Sin embargo, la bruja no había
terminado con ella.
La Gran Bruja TG, queriendo disfrutar de
su obra de arte, guió a Raquel hasta el baño de la casa. Allí, la bañera estaba
llena de agua tibia y perfumada. La bruja, con una voz seductora, instó a
Raquel a sumergirse en el agua y dejarse llevar por el placer de su nuevo
cuerpo.
Raquel, sintiéndose irresistible y
ansiosa por explorar su nuevo yo, se deslizó en la bañera. El agua acariciaba
su piel, haciéndola sentir aún más sensual. Cerrando los ojos, comenzó a
acariciar suavemente sus pechos perfectos, mientras sus dedos se deslizaban por
su vientre y se adentraban en su entrepierna.
Pero Raquel anhelaba algo más, algo que
la llenara por completo. En el borde de la bañera, encontró una selección de
consoladores de todos los tamaños y formas imaginables. Sin dudarlo, agarró uno
de ellos, sintiendo su textura suave y firme entre sus dedos.
Con movimientos lentos y sensuales,
Raquel deslizó el consolador por su cuerpo, acariciando cada centímetro de su
piel. Luego, lo guió hacia su intimidad, sintiendo cómo se abría paso en su
interior, llenándola de placer y satisfacción.
Sus gemidos de éxtasis resonaban en el
baño, mezclándose con el sonido del agua y el aroma a fragancia erótica. Sin
inhibiciones ni restricciones, Raquel exploró cada rincón de su ser, llevándose
al borde del orgasmo una y otra vez.
La Gran Bruja, observando desde la
distancia, se deleitaba con el espectáculo. Raquel se había convertido en su
juguete del deseo, en una marioneta de autoplacer que la bruja había creado
para su propio deleite. La excitación y el éxtasis llenaron el baño, sin
límites ni tabúes.
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